Jamás un disparo provocará el mismo júbilo que causó aquel que aseguró la medalla olímpica de oro para Adriana Ruano Oliva, la autora de la proeza más trascendental de la historia olímpica del país. Y jamás se vivirá otra medalla de oro como ésta, porque si bien tengo fe en que vendrán muchas más, ninguna volverá a ser la primera, como lo ha sido la de Adriana, así como ninguna medalla de plata volverá a ser la primera, como fue la de Erick Barrondo, ni ninguna medalla de bronce volverá a ser la primera, como lo fue la de Jean Pierre Brol. Las primogénitas tienen esa gracia, porque son las que abren brecha, las que señalan la vía y las que ponen en acción esa preciosa estrofa del poema de Antonio Machado: “caminante, no hay camino, se hace camino al andar”.
Pero si de caminos hablamos, el de Adriana merece atención aparte. Puesto que Adriana no es solo la primera medalla olímpica de oro en la historia del país, ni es solo la primera mujer en conseguirla, ni tampoco es, solamente, la mejor del mundo en su disciplina, con un récord mundial bajo el brazo, que no es poca cosa. Adriana no es solo una atleta con muchas preseas que ha llegado a la cúspide. Ella es mucho más. Adriana trasciende todas las medallas y récords porque su disciplina, su historia y el contexto en el que se ha alzado con el oro han hecho que se convierta en la voz de los guatemaltecos que luchan, en el ícono de una historia exitosa, en el monumento del “sí se puede, hecho en Guatemala”, en la portadora del mensaje de esperanza y en el reflejo de lo que es, de lo que puede ser y de lo que debe ser el espíritu deportivo. Ese mucho más, es Adriana.
Adriana trasciende todas las preseas y récords porque su disciplina, su historia y el contexto en el que se ha alzado con el oro han hecho que se convierta en la voz de los guatemaltecos que luchan, en el ícono de una historia exitosa, en el monumento del “sí se puede, hecho en Guatemala”, en la portadora del mensaje de esperanza y en el reflejo de lo que es, de lo que puede ser y de lo que debe ser el espíritu deportivo.
Y así como Adriana, es importante que todos nuestros atletas estén conscientes de que una medalla cumple su función de ser cuando se usa para inspirar, para unir y, sobre todo, para construir; construir liderazgo, construir ejemplo, construir diálogo, construir esperanza y construir puentes. Es una gran responsabilidad, no solo para Adriana, pero también para los otros campeones olímpicos como Erick Barrondo y Jean Pierre Brol, e incluso para aquellos que también han puesto al país en alto, imponiendo récords, participando en competiciones mundiales y ganando otro tipo de preseas, como Kevin Cordón, Charles Fernández, Luis Carlos Martínez y Heidy Juárez, entre muchos otros.
Me parece muy valiosa la analogía de que en un país que puede ser muy violento, en donde a menudo se usan las armas para intimidar y acabar con vidas, existan atletas que hayan hecho uso de esas mismas armas para unir y trazar futuros. Adriana Ruano Oliva y Jean Pierre Brol —nuestras medallas de oro y bronce en foso olímpico en los Juegos Olímpicos de París 2024—, le han dado un giro a la historia, provocado un cambio de narrativa, de perspectiva y convirtiéndose en sembradores de esperanza en una tierra que es muy fértil pero que no siempre es consciente de ello.
Ahora bien, que una medalla de oro como la de Adriana llegue a países como el nuestro —con tantas oportunidades pero también tantas necesidades— es un acto de la generosidad más pura que existe; es un regalo con efecto multiplicador. Y que esta medalla llegue en manos de Adriana, es como forjar oro sobre oro, porque atletas campeones hay cientos, pero atletas campeones que a su vez sean seres humanos íntegros y ejemplares, son pocos como Adriana, que es sinónimo de lucha perenne, valores firmes, alta disciplina, coraje indestructible y el corazón puesto en su familia, con una historia muy digna para contar, y que deberá ser narrada por ella, cuando quiera hacerlo, pero no con aires de agrandamiento, sino con el fin de inspirar a tantos guatemaltecos necesitados de un aliento victorioso.
Que una medalla de oro como la de Adriana llegue a países como el nuestro —con tantas oportunidades pero también tantas necesidades— es un acto de la generosidad más pura que existe; es un regalo con efecto multiplicador.
A nuestras estrellas hay que ponerlas en alto, para observarlas siempre, y hay que dejarlas brillar, para poder aprovechar esa luz como guía para otras estrellas en potencia; estrellas que si bien ya brillan, aún les hace falta subirse a ese podio para compartir su luz. Adriana brilla, no porque el oro brille, que si más, pero porque ella ha luchado por relucir, aun teniendo mucho en contra, aun pudiendo rendirse cuando era racional hacerlo, aun pudiendo enterrar un sueño y perseguir otros, aun pudiendo ser otra Adriana que la que es hoy. Ha derribado el muro del “no se puede” y ha permitido que todos los guatemaltecos compartamos un sueño; uno que ella ha hecho realidad y que ahora es compartido por millones. Eso es generosidad. Y eso es hacer patria.
¡Qué grande es Adriana! Y gracias a ello, ¡qué grande es Guatemala!
Juan Diego Godoy Escobar
Escritor, periodista y analista político. Director de informeGodoy y Jefe de Inteligencia Política para la firma Diestra. Su primera novela, "Todas las caras del círculo", fue publicada en 2023 con la Editorial Boyante.