Tender Puentes: Cuestionarse y formarse, luego opinar

Suele habitar, como estrategia del nefasto discurso de quienes han decidido operar desde los extremos de cualquier postura, una actitud de terror al autoexamen, al cuestionamiento sincero de todo lo que creemos, defendemos y enseñamos. Ese miedo es síntoma del retroceso. El temor a someter nuestro intelecto y acciones al análisis personal (que usualmente es el más sincero, si sabemos interpretarlo) termina enjaulando al hombre y convierte su mente en una especie de máquina reproductora de audios repetitivos y profundidad inexistente. ¿Por qué no avanzan las buenas ideas? ¿Por qué son tan frágiles algunas? ¿Por qué ciertas agendas reinan, a pesar de la precariedad de sus raíces? Por el miedo al cuestionamiento sincero.

¿Cuándo fue la última vez que nos retamos a nosotros mismos y cuestionamos, tajantes y sin mentirnos, alguna creencia, comportamiento o postura propia? La importancia de cuestionarse y perder el miedo a hacerlo debería de ser uno de los propósitos que adoptemos todos como sociedad y generación. Cuestionarse no significa que, necesariamente, vayamos a cambiar la postura original respecto a algún tema. Contrario a lo que algunos pensarían, someter a juicio aquello que nos tiene tan seguros, nos libera; es ejercer la libertad. Por eso, cuestionarnos nos lleva a tres planteamientos: cambiar de opinión, reforzar la opinión o continuar el cuestionamiento al no sentirse lo suficientemente preparado para edificar una opinión con criterio. Eso no es ingenuidad, es madurez.

Quienes se encuentran en los extremos de cualquier postura se venden como personas con ideales de acero, seguros de lo que piensan y cómo actúan al cien por ciento. Se venden como una utopía, pero son, irónicamente, quienes viven más confundidos, ya que han evitado realizarse este autoexamen constantemente con valentía y sin miedo a poder darse cuenta de que, en efecto, quizás se equivocaron con algo. Renuncian al estudio objetivo de su posición.“Se dirigen” con una venda en los ojos. Es por eso que están allí, en los extremos, puesto que todo extremo es síntoma de la ausencia de cuestionamiento. No se dan cuenta de que equivocarse es de humanos y que jamás estaremos cien por ciento seguros de algo. La duda, hasta cierto grado y controlada, es sana. La incertidumbre le inyecta emoción a la vida.

Para quienes queremos ser libres, sabemos que luego de haber hecho este ejercicio intelectual es cuando nuestra opinión tendrá validez. Aunque todos tengamos opinión y expresarla sea hasta un derecho, hemos de tener muy presente que como todo derecho, éste está cargado de obligaciones. Nos guste o no, como personas inteligentes estamos llamados a opinar responsablemente y la “opinión responsable” (esa que vale la pena) nace siempre de un cuestionamiento, de formación, estudio, investigación, ¡nace de un esfuerzo que va más allá que el de sentarse a pensar! Por eso, aunque todos opinen, no todas las opiniones son importantes, pues abundan esas que carecen de un proceso previo a emitirse; proceso que es vital.

Por eso cuestionémonos, formémonos y luego opinemos. Esa es la fórmula para una sociedad con ideas menos tóxicas y más comunitarias. Tendamos puentes y no cavemos zanjas.

#TendamosPuentes

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