Tender Puentes: Del conflicto a la conexión

Cuando me di cuenta de que estábamos llevando esta discusión por la vía incorrecta, fue mientras platicaba con una persona cuya mentalidad y la mía pertenecen a dos polos opuestos, divididos por un abismo notable. Luego de una columna de opinión que escribí titulada “No estamos de acuerdo, pero no te odio”, comencé un proceso de autocrítica, comunicación, reflexión y más formación. Llegué a la conclusión que ahora intento transmitir: debemos tender puentes y dejar de cavar zanjas.

Leí en el sitio más remoto y de la pluma del escritor más anónimo que no hay actividad más bella que dedicarse a tender puentes entre los seres humanos y hacia todo lo que nos rodea. Es un hecho que los puentes son tan imprescindibles que marcan la diferencia; cruzan empinadas montañas y peligrosos ríos, conectan fronteras y acortan distancias. En sentido figurado, también conectan corazones y expresan ideas, promueven el intercambio cultural y enriquecen al ser. ¿Y cuál es la labor de un escritor, sino crear un enlace, un vínculo con su lector para poder transmitirle una postura, una fantasía, una realidad, una idea? De la misma manera que nadie construye un puente para evitar la comunicación entre dos puntos, caí en cuenta que nadie debería escribir para evitar las respuestas de su receptor. El puente une dos extremos y nace con vocación de permanencia, pues nadie lo construye para derrumbarlo. Ha sido creado para ser indispensable y cuanto más fuerte es, más ideas conecta y demás obstáculos salva a sus peatones. Si lo más característico del puente es la comunicación, interesa multiplicar o ensanchar los puentes, dice aquel escritor anónimo. Al “tender puentes” intento llegar a aquellos que observan, leen y escuchan desde otro sitio; desde otra isla cimentada en otras ideas que por ser distintas no son automáticamente malas o buenas.

Así, he decidido embarcarme en la aventura de escribir esta serie de columnas de opinión que espero vayan más allá de la lectura online y generen espacios de diálogo sanos, intelectuales, pacíficos y ricos. Hay dos tipos de puentes: el que está hecho de soga mugrienta y tablas rotas que produce temor y desconfianza al pasante porque pareciera más segura la caída al abismo que el destino al otro extremo; y aquel que fue construido con materiales fuertes sobre dos pilares sólidos, que provoca seguridad e invita a atravesarlo porque el panorama del destino es claro. Ese tipo de puentes (como el segundo) son los que quiero que construyamos.

Sin embargo, la tarea no puede realizarse sola. Por alguna razón, el ser humano ha aterrizado en un mundo en el que se necesita siempre de una dualidad para ejecutar una tarea exitosa. Dos ojos para ver bien, dos manos para inventar, dos corazones para amarse, dos cuerpos complementarios para crear vida, y así. Para tender puentes, se necesitan dos orillas sólidas para conectar y es importante que no se nos olvide que, como siempre de dos en dos, las direcciones que podrán tomarse en dicho puente son dos; la que va y la que viene.

Desde que comencé a escribir he defendido la idea de que la pluma sirve para construir, no para destruir, y para servir, no para servirse. Si esta pluma sirve para tender puentes, entonces será exitosa. De lo contrario, espero se quede sin tinta rápidamente; lo digo en tono figurado, puesto que todos sabemos que estoy escribiendo desde el teclado de una máquina del siglo XXI.

#TendamosPuentes

El mundo dejaría de ser habitable el día en que hubiera en él más constructores de zanjas que de puentes

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